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viernes, 19 de octubre de 2018

La hermana mayor

    Como tantas cosas en esta vida, lo de tener una hermana mayor tenía sus ventajas y sus desventajas. Por ejemplo, compartir, lo que se dice compartir, compartíamos pocas cosas: la familia, claro, alguna partida al parchís, la oca o el cinquillo los domingos por la tardes y casi todos sus libros de texto, que fui heredando durante todo el bachillerato. De lo demás, nada, ni siquiera el colegio porque, como era habitual entonces, ella iba a uno de chicas y yo a uno de chicos.

    Por supuesto, tampoco compartíamos juegos y amigos. A la hora de salir a jugar, ella se iba con sus amigas a saltar a la comba, a la goma, a jugar al diábolo o a la rayuela, mientras yo prefería jugar al futbolín, a las chapas, al tacón o a la peonza. Por supuesto, de tebeos ni hablamos: a mí me encantaban las aventuras del «Capitán Trueno», el «Jabato» y «Hazañas bélicas», y a ella las de «Florita», «Azucena» y «Mary Noticias. Y ni que decir tiene que en películas también teníamos nuestras discrepancias; o sea, si yo no me perdía una de Joselito, ella enloquecía con las de Marisol, hasta el punto de que no había momento del día en que no la escuchara entonar «La vida es una tómbola», «Chiquitina», «Ola, ola, ola» o «Corre, corre, caballito», lo que a veces me hizo pensar que con Marisol más que «un ángel», lo que había llegado era «un demonio». En realidad, por no compartir, no compartíamos ni mara de chicle. Sí, como lo digo: ella era de Bazooka de fresa y yo de Cosmos de regaliz. ¿Qué, a que es alucinante?

Texto: José Molina
Foto: Carlos Rodríguez Zapata / Archivo Regional de la Comunidad de Madrid.
¡La economía española estaba pisando el acelerador!

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