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viernes, 23 de mayo de 2025

El Fondillón, un vino con literatura

El Fondillón, un vino con literatura.
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Plublicación de: José Ferrández Lozano - Fuente: https://www.informacion.es/ - Fecha: 29/12/1999.


P  arís a mediados del siglo XIX. Con levita verde, pantalón largo de paño azul y botas en buen estado un noble acaba de llegar el número 30 de la avenida de los Campos Elíseos. Es el mayor Cavalcanti, el marqués Bartolomeo Cavalcanti, que va a ser recibido por otro noble, en este caso falso, que anda ganando fama en 1849 a golpe de folletín: el conde de Montecristo. Se suscita la conversación que el novelista les tiene reservada.

—¿Queréis tomar algo? — propone el conde— ¿Un vaso de Jerez, de Oporto o de Alicante?

—De Alicante, ya que lo deseáis, es mi vino predilecto.


Al poco entra en escena el criado Baptistin con dos vasos, vino y galletas. Alejandro Dumas, el autor de la célebre novela, no elude mencionar el color rubí del líquido que se sirve, con todos los indicios de un vino añejo. Describe, a continuación, que el invitado comienza gustando el vino de Alicante con los labios y, tras un gesto de complacencia, introduce delicadamente la galleta en el vaso.
Por el color, por su condición de añejo e incluso por consumirlo con algún dulce, aquel vino bien pudo ser un Fondillón, el vino de Alicante que ha sido merecedor de una elogiosa literatura.

Antes que Dumas, un reverendo británico había iniciado en 1786, tras perder a su esposa, un viaje de quince meses por España. Se llamaba Joseph Townsend y el resultado fue un libro de tres volúmenes en octavo que publicó en 1791. Admirado por-la producción de vino en Alicante, en aquellas páginas no se resistió a resumir el proceso del Fondillón. «Para producir vino Fondillón -anotó- las uvas se ponen sobre elevadas estructuras de mimbre durante quince días a la influencia del sol y del aire para que la humedad sobrante se evapore. A continuación, se prensan».

Así instruía a sus lectores sobre este vino rancio que sólo es posible elaborarlo cuando la cosecha es excelente, que procede de las mejores uvas de la cepa Monastrell y que requiere años de reposo en viejos toneles de roble.

A un vino así no podían ser ajenos algunos escritores alicantinos. Gabriel Miró relata en su novela «Nuestro Padre San Daniel», de 1921, cómo el obispo de Oleza (Orihuela) sufrió un síncope al pasar por una heredad, razón por la que tuvo que esperar a recuperarse. Ya repuesto se sirvieron a los presentes en la finca vinos generosos y dulces olecenses. El prelado, según Miró, «mojó los labios en la miel de un Fondillón venerable».

Por otra parte, al abogado alicantino José Guardiola y Ortiz se le debe una graciosa perversión: la de concebir una trampa en la que han caído no pocos citadores de referencias literarias sobre el Fondillón. En la «Crónica» de Viravens, de 1876, había leído que una embajada japonesa, que viajó a España para ofrecer a Felipe 11 la obediencia de sus príncipes, visitó Alicante en diciembre de 1584 y permaneció en esta ciudad hasta el 6 de enero de 1585, día en que partió desde el puerto hacia Roma. No tuvo otra ocurrencia Guardiola que imaginar que el cocinero mayor de Felipe II, Martínez Montiño, los acompañó y escribió, después, un libro sobre gastronomía alicantina que tituló «Conduchos de Navidad».

Las alusiones y recetas de este libro, en realidad, no tenían una procedencia tan remota, pues no eran más que las que José Guardiola había publicado, a partir de 1935, en el semanario «Fogueres». Pero, puesto en la simulación, preparó una obra a la que dotó de las licencias propias del siglo XVI, impreso con caracteres tipográficos de aquella misma época. Hubo quien ignoró que Guardiola era su verdadero autor, a pesar de que en una segunda parte titulada «Gastronomía alicantina», firmada ya con su nombre y apellidos, confesaba la perversión. La broma no quedó ahí y llegó hasta el extremo de encuadernar en pergamino algunos ejemplares impresos sobre papel especial, envejecidos luego en la bañera de su casa con procedimientos químicos en los que contó con la complicidad de su amigo farmacéutico Agatángelo Soler López, padre del que fue alcalde de Alicante Agatángelo Soler Llorca, artífice posteriormente de dos reediciones de la obra.

En «Conduchos de Navidad» el abogado Guardiola dedicó un párrafo al Fondillón, destacando la imaginaria admiración de los enviados japoneses. «Entre todos los vinos generosos questa Huerta produce, se encuentra en primer lugar, éste, que tiene nombre propio: Fondillón, es vino dulce, añejo, de la Huerta de Alicante. La fama de que goza es tanta que en probándolo han proferido los señores Príncipes: — ¡pero si éste es el famosísimo Vino de Alicante, que tanto renombre tiene en diversos países». Lo curioso del caso es que en 1976, cuando se sirvió este vino en el almuerzo que la Diputación y el Ayuntamiento de Alicante ofrecieron a los Reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, se presentó el Fondillón en la Mesa Real con un texto en el que se reproducía esa misma cita como prueba de su prestigio. A Guardiola, su verdadero autor, no se le atribuía más que el mérito de la transcripción del supuesto hallazgo culinario.

Producido en la huerta de Alicante y en las comarcas del Vinalopó, tampoco podía faltar el homenaje de un monovero como Azorín, quien en su madurez evocó los recuerdos de la bodega familiar.
«Guardábamos celosamente un barril de Fondillón. Sacábamos todos los años un cántaro y lo reponíamos con otro nuevo. Cuando se habla de Alicante se suele encarecer el Fondillón. Cada país cría sus vinos. El Fondillón es un vino rancio, centenario; su sabor es dulce, sin empalago; por su densidad, empaña el cristal; huele a vieja caoba».

En 1906 le envió seis botellas bien lacradas al dirigente conservador Antonio Maura junto a dos de anís y dos de cantueso, como regalo por el día de su santo, el 13 de junio. «Este es el recuerdo que yo he podido traer de mi bella tierra y que viene a ser como el espíritu de los campos y de sus montañas», le decía por carta. Y Maura, mallorquín, le respondió con otra misiva ese mismo día. «Amigo Azorín: agradezco mucho su carta y la fineza de su obsequio exquisito y levantino, como nosotros». Para Azorín -así lo escribió mucho después en su libro «Agenda», publicado en 1959- Antonio Maura era un gran orador al que sólo le faltaba, en sus discursos, un pequeño detalle.
«Cuando don Antonio Maura se levantaba en el Congreso para pronunciar un discurso largo y le traían un vaso de agua con gotas de café, yo pensaba: más confortativa sería una copita de Fondillón».
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