Contemplando hoy los pueblos de Ceta, nadie podría creer que el valle fue fértil y de hombres ricos.
Benimassot es un pueblo situado al abrigo de la Sierra de la Almudaina.
E l calle de Ceta, albarizo, deslumbrante al sol, baja encajonado en pronunciada pendiente entre las altísimas sierras de Almudaina y la Serrella, desde la cima de Alfaro hasta los linderos del valle de Travadell. Por su centro, entre marga gredosa, corre un riachuelo de ínfimo caudal que confluye en el río de Penáguila. Colgando de las laderas de las sierras se asientan, de sur a norte, por este orden, los pueblos de Famoraca, Facheca, Tollos, Benimasot y Balones. En el fondo del valle, sestean Cuatretondeta y Gorga.
Benimassot es un pueblo situado al abrigo de la Sierra de la Almudaina, en uno de los rincones más perdidos de la provincia de Alicante. Su nombre es árabe: “beni-mas ´ud”. “Mas´ud” es un nombre muy común en Valencia, Mallorca y Cataluña. Stefanus Maçot era un fraile en el año 1023; Armaldo Massoti fue sacristán en Perpignan. Dicen que el nombre del lugar viene de ellos.
Contemplando hoy las tierras y los pueblos de Ceta, nadie podría creer que en tiempos el valle fue fértil y los hombres ricos. Desde las ruinas del castillo de Costurera, erguido airosamente como centinela perenne entre Balones y Benimasot, queda a nuestro alcance una extensísima panorámica de campos escalonados y una sucesión de montañas circundantes que se van difuminando en la lejanía. Es cierto que las tierras ya no se estercolan y por ello los árboles languidecen; que los pueblos están medio vacíos y sus callejones tristes; que en los barrancos, resecos, ya no se oye la canción del agua. Mas en aquel silencio sepulcral del blanco valle, aun con visos de reproche, lo mismo la soledad que la agresividad del paisaje son gratificantes para el que llega de la vorágine cotidiana de las grandes ciudades. Los toponimios de lugares y geografía, un arrullo: tosal del Rey, Blau, de la Peña, de la Cerradura, del Macho… barranquets de Santa Creu, de la Cova, de Costurera…
Benimasot, en sus tiempos, fue un o de los pueblos más ricos del valle. Tanto, que la iglesia dedicada a la Purísima Concepción, cuyas fiestas se celebraban el día 8 de septiembre -hoy tercer domingo de agosto- estaba decorada con polvo de oro. Esto trajo como resultado que su fama fuera lejos y así, un mal día, atrajo las miradas de los amigos de lo ajeno, sufriendo entonces uno de los robos más singulares de que se tenga noticia.
Era un domingo de Otoño en 1874, temprano, en el instante en que las gentes del pueblo, todas, estaban en la iglesia, oyendo misa de 10. Las campanas de la iglesia del pueblo tocaban a misa. Los lugareños acudían al acto con sus mejores galas. El cura rezaba el evangelio: “In diebus illis, Jesús dixit…”. De pronto irrumpió una banda de “roders” (bandoleros) -se dice que era una docena larga- llegados desde la Marina, cubriendo, unos, sus caras con pañuelos de hierbas (a cuadros) y, los otros, pintarrajeados con tizne (mascarada), tapadas sus cabezas con amplios sombreros. Estaban armados hasta los dientes.
En ese momento alguien grita:-“¡Que nadie se mueva!”
Planeado el robo con todo detalle, se vigilaron las entradas y salidas del pueblo, así como las de la Plaza Mayor, donde está la iglesia, costera del Forn, de la Font… Luego se sujetaron las puertas del templo con cadenas, amarrándolas a unos ganchos laterales, atando incluso las campanas de la torre, por si a algún vecino se le ocurría tocar a rebato. La medianoche anterior, el grupo de bandoleros había atravesado el collado de la Bixauca en dirección a Castell de Castells. Rodearon el pueblo por los llanos en dirección a Fageca. Conocían bien el terreno. Con las primeras luces llegaron a Benimassot. No tenían prisa: fumaban tranquilamente un cigarro, siempre atentos a cualquier movimiento. Habían esperado a que sonaran las campanas de la iglesia. Sabían que el pueblo era muy religioso y todos acudirían a la llamada del cura. Tres entraron en la iglesia, el resto, esperó fuera. Sólo hablaban dos: uno en valenciano y otro en castellano.
Al cundir el pánico, los asaltantes pidieron calma, afirmando que de estarse quietos nada ocurriría. Entonces procedieron a pasar lista, principalmente a los ricachones, dueños de grandes heredades.
Señalan a un vecino que se había arrodillado en los primeros bancos:-Vosté.
El primero en pagarlo fue Ximo Ferrandis (tio Niu), un hombre de bien muy honrado. Le desvalijaron la casa… ¡embutidos incluídos! El siguiente fue el Tio Borrull. Alto y muy chistoso, siempre hacía las delicias del pueblo con sus chistes y muecas. Tenía una mula más vieja que Matusalén. Los bandoleros no se la llevaron…. Pero sí todos sus jamones. El Tío Ferri estaba tan nervioso sentado en el banco de la iglesia que él mismo se delató. Era rico y avaricioso. Se llevaron de su casa vino, aceite, harina, maíz y legumbres. Parece ser que también dinero. El Tío Jordi era más feliz que el Guerra. Vivió mas que “un cul de morter en un bancal”. Siempre en mangas de camisa, se iba al campo a las siete de la mañana y regresaba a las siete de la tarde, con un fardo de leña, cuatro racimos de uva y dos docenas de higos. Eso fue todo lo que se llevaron de él los bandoleros.
Toda aquella tramoya, debidamente organizada, había sido guiada por persona experta, conocedora del pueblo y de sus habitantes, lo cual quedó corroborado cuando uno de los fantasmas, en un alarde de desprecio o de ingenuidad, se le ocurrió bajar con disimulo el pañuelo que cubría su rostro, encendiendo un cigarro en una de las velas que alumbraban el Sagrario. Entonces, la tía Marieta, reconociéndole como vecino de Balones -no diremos su apodo, pues parece ser que aún tiene herederos en el pueblo de abajo- exclamó: “¡Si vosté es…!”
Aquél, de un manotazo, tiró a la vieja de bruces, amenazándole que si le descubría la degollaría. Dominada la situación, los bandoleros fueron sacando por turno, del templo, a los más distinguidos, dirigiéndose a sus respectivos domicilios. Al tío Savall, al negarse a decir en donde tenía escondidos su bien guardados dobletes, lo amenazaron con prenderle fuego. Lo mismo ocurrió con el tío Pep de la Plaça, al cual metieron en una “xabega” zarandeándole hasta doblegarlo. Más dócil, comprendiendo que no había otra solución que entregar sus tesoros, fue el “señoret” don Bruno Estruch, quien incluso se ofreció a abonar lo de otros vecinos más reacios, para que no les hicieran daño. El dinero estaba escondido en los lugares más inverosímiles. AL subir las escaleras de una vivienda, debajo de un ladrillo había varias tinajas. Otras monedas y joyas estaban introducidas en un tonel, en la bodega descubriéndolas golpeándolos, con cuya argucia, por el sonido, hallaron el escondrijo.
Así fueron pasando todos los vecinos por semejante trance. El expolio duró tres horas. Cuatro mulos con los serones repletos emprendieron la huida. Parecía que la operación había estado diseñada por un profesional. ¿Sería el famoso bandolero Sifre?
Al quedar exhaustas las arcas de los vecinos de Benimasot, se cargó el preciado tesoro en varios talegos, sobre las caballerías. Hay quien afirma que el “señoret” les preguntó si ya tenían bastante, dándose aquéllos por satisfechos. La advertencia final de los ladrones, antes de marcharse valle arriba, fue la de que todo aquél que denunciara los hechos, al día siguiente hallaría una cruz roja en su puerta, equivalente a una sentencia de muerte.
Se les ordenó que se quedaran todos quietos hasta el mediodía. Dos horas más tarde de no oír ruido fuera, los vecinos se subieron a la espadaña, pero no vieron nada en el horizonte. Alguien propuso organizar una partida en su busca y acabar con ellos. Pero el cura hizo que entrara el sentido común y dejaran tal asunto a la Guardia Civil.
El revuelto que este robo levantó en el valle de Ceta, fue enorme, acudiendo vecinos de todos los circundantes a curiosear. La Guardia Civil de Cuatretondeta, lugar en que se halla situado el cuartel desde donde se patrulla aquella amplia comarca, se dice que acudió a Benimasot vestida de paisano, para así poder obrar mejor, enviando los fusiles camuflados en cajas de cirios. El caso fue que no apareció rastro de ladrones, talegos, ni dobletes, pero a los pocos días, junto al “pouet” de Soler, aljibe situado en el barranco de Malafí, camino hacia el valle del Ebo, se hallaron unas monedas en el suelo, por lo que se supuso que en aquel lugar se realizó el reparto del producto del robo, diseminándose la cuadrilla en distintas direcciones para evitar las suspicacias de los vecinos de los pueblos por donde pasaban. Cerca del pozo, detrás de unos matorrales, se encontró asimismo el cuerpo de uno de los ladrones, presumiéndose que fue muerto por sus propios compañeros en el transcurso del reparto del botín.
Las autoridades indagaron, preguntaron, recorrieron los caminos… pero ninguna pista apareció. Con el tiempo, el robo quedó casi en el olvido. Y digo “casi” porque unos meses después, otra cuadrilla de bandoleros asaltó el pueblo de Penáguila. Allí, sin embargo, la gente sacó sus escopetas y se liaron a tiros con los ladrones. Dos de ellos cayeron heridos (uno de Polop y otro de Callosa), y cantaron más que Pavarotti. Todos sus “colegas” fueron cayendo uno a uno. Al principio se pensó que era la misma cuadrilla de bandoleros. Pero no tuvieron nada que ver con el altercado de Benimassot. El tiempo acabó enterrando la fechoría en el olvido. Alguien cuenta que fueron vecinos de Tárbena; pero lo único cierto es que se llevaron su secreto a la tumba para siempre.
Los actuales habitantes de Benimasot aseguran que grandes extensiones de tierra de la Marina fueron adquiridas con el oro y la plata así arrebatada, mentándose incluso los nombres de algunas haciendas. A partir de esa fecha, a las viviendas del despojado pueblo se les practicó unas rejillas en las puertas, cuidando de no abrir a la persona que no fuera previamente identificada.
De todas formas, aunque en principio pudiera parecer que el pueblo fuera totalmente arruinado, lo cierto es que aún debieron quedar muchos dobletes escondidos en diversos hogares, pues a raíz de entonces, escarmentados, los hombres de Benimasot jamás volvieron a entrar todos juntos en la iglesia, quedándose siempre algunos fuera, cuando se decía misa, haciendo guardia. El cura se quejaba pero el bienestar de la familia era antes que la salvación del alma.
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Fuente:
Serie “Cosas de fantasmas, duendes y brujas” publicada en el Diario Información durante 1986, con dibujos de Remigio Soler y textos de Francisco G. Seijo Alonso.
Juan Luis Román del Cerro. Diario Información
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