Después de que, a mediados de los 50, las Vespas empezaron a circular por las calles españolas, tardaron poco en formar parte cotidiana del paisaje urbano de nuestras ciudades. . . . . . . .
Después de que, a mediados de los 50, las Vespas empezaron a circular por las calles españolas, tardaron poco en formar parte cotidiana del paisaje urbano de nuestras ciudades. Y es que lo de tener una de ellas no solo permitía moverse con facilidad por las ciudades y llegar hasta donde era imposible hacerlo con un coche, o sea, como ahora, sino también presumir de moderno.
Y no digamos ya cuando la reluciente Vespa llevaba integrado un sidecar, que al conductor le daba aún más brillo y prestancia. Pero, florituras al margen, de lo que no cabe duda es de lo práctica que era aquella moto con asiento añadido, que permitía perfectamente servir de transporte familiar. Especialmente en los 60, no era extraño ver, por ejemplo, una Vespa con tres, cuatro, cinco y hasta ¡seis pasajeros! Todo dependía del tamaño y ”grosor” de los que acompañaban al conductor, que no era igual llevar a la señora y a los dos niños pequeños, que a la señora y a la suegra, y viceversa. O sea, cuestión de espacio.
A veces, eso sí, como en los vehículos de cuatro ruedas, se hacía lo imposible para que quienes iban en el sidecar se apretaran al máximo para intentar encajar él, aunque hubiera que contener la respiración durante un rato. En este sentido, recuerdo la enorme ilusión que, con apenas 11 años, me hacía ir al fútbol compartiendo sidecar con un amigo, mientras en la moto iban subidos los respectivos padres.
De camino al estadio Santiago Bernabéu, sorteando coches y callejeando por rincones que siempre resultaban distintos, aquello era una como vivir una auténtica aventura sobre ruedas. Por eso, durante el resto de los días, no veía el momento de que llegara el domingo en que volvía a subir al sidecar y sentir de nuevo el aire en la cara mientras circulábamos por Madrid. Sin duda, aquella era la sensación más agradable para empezar a disfrutar de una hermosa tarde de fútbol, de esas que, en el futuro, raramente volverían a repetirse.
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