El Castillo de Santa Bárbara, que corona el monte Benacantil, es una cuna casi inagotable de historias
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El Castillo de Santa Bárbara, que corona el monte Benacantil, es una cuna casi inagotable de historias que, reales o no, engrosan la relación de leyendas urbanas alicantinas. Una de ellas se refiere a la existencia, desde tiempos ancestrales, de unos pasadizos que atraviesan el macizo de lado a lado, que los moros pobladores supuestamente construyeron para asegurarse una huida segura por la clandestinidad de sus túneles.
El Castillo de Santa Bárbara, que corona el monte Benacantil, es una cuna casi inagotable de historias que, reales o no, engrosan la relación de leyendas urbanas alicantinas. Una de ellas se refiere a la existencia, desde tiempos ancestrales, de unos pasadizos que atraviesan el macizo de lado a lado, que los moros pobladores supuestamente construyeron para asegurarse una huida segura por la clandestinidad de sus túneles.
Por supuesto, estos túneles no aparecen en ningún plano de la fortaleza, por antiguo que sea. No se sabe si esta falta de documentación se debe a la inexistencia de los mismos o a la poca conveniencia estratégica de plasmar sobre un papel secretos con un cariz militar, pero estos pasillos, de haber existido, seguro que habrían sido un baluarte para sus constructores.
Según cuentan los más viejos por la zona del Raval Roig, barrio situado a los pies del castillo y la montaña, estos pasos secretos, pensados para un hipotético escape llegada una situación de emergencia en lo alto del fuerte, tendrían varias salidas. Éstas, además, podrían haber prestado su último servicio en tiempos de la Guerra Civil.
La primera de ellas, en dirección noroeste, conectaría el de Santa Bárbara con algún punto indeterminado del monte Tossal, que actualmente ocupa el castillo de San Fernando. Otro de ellos, quizá el que más conversaciones ha generado, se dirigía directamente a la playa del Cocó, en el extremo este de El Postiguet, donde se dice que siempre había una barca esperando para formar parte de la fuga. La última, aseguran algunos testimonios, habría conectado una de las salas principales de la fortaleza con la iglesia de Santa María, que hasta la conquista era la Mezquita Mayor.
Realidad o ficción, estos túneles, si realmente estuvieron ahí, seguro que sirvieron de gran ayuda a quienes los conocían en profundidad. Hoy en día, si las historias son ciertas, tan solo unos centímetros de tapia de hormigón separan el lado de la fantasiosa idealización y el de la empírica demostración.
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